En el silencio de un sueño, un año después de que mi madre dejó eso presencia física, me encontré en un lugar donde estábamos a punto de sentarnos juntas a comer arroz. Pero un frío aire acondicionado llenaba el espacio, y algo me impidió sentarme. En ese momento, un mensaje resonó con claridad: «No es hora de comer arroz». Este sueño, tan vívido y simbólico, me dejó una profunda lección sobre la tristeza que llevaba y la aceptación de la realidad. En la vida, hay momentos en los que el universo parece decirnos que todavía no es tiempo para ciertas cosas, que hay procesos que necesitan su propio espacio y tiempo para desarrollarse, un mensaje sobre la aceptación.

Cuando perdemos a un ser querido, el mundo parece detenerse. Nos enfrentamos a un vacío que parece insuperable, y es común buscar consuelo en la búsqueda de rutinas y tradiciones que compartimos con esa persona. Sin embargo, mi sueño me enseñó que esta tristeza y de cierta manera la búsqueda de mi mamá, no siempre nos permite volver a esos momentos compartidos, al menos no de inmediato, aunque así lo deseemos.

La tristeza por la pérdida de un ser querido no es un invitado temporal; no se desvanece simplemente porque volvemos a nuestras rutinas. Es más bien un camino que debemos recorrer, con sus propios tiempos y ritmos. Es normal que las emociones cambien, que un día nos sintamos relativamente bien y al siguiente, abrumados por la pena y la tristeza. Tanta que queramos volver al lado de nuestro ser querido. Es esencial reconocer que estos altibajos forman parte del proceso.

El mensaje que recibí en mi sueño, «No es hora de comer arroz», va más allá de la simple expresión de tristeza; es un recordatorio de que hay un tiempo para todo en nuestras vidas. Así como hay momentos para la alegría y la celebración, también los hay para el luto y el recogimiento. Respetar estos tiempos es esencial para nuestra salud emocional y espiritual.

Mientras navegamos por las aguas turbulentas de la tristeza, es crucial recordar que aunque el dolor puede parecer interminable, también habrá un momento en que estaremos listos para avanzar. Esto no significa olvidar a quienes hemos perdido, sino aprender a llevar nuestro recuerdo de una manera que nos permita seguir viviendo plenamente.

Avanzar con respeto hacia nuestros sentimientos y hacia el legado de aquellos que se han ido es, en sí mismo, un acto de amor y valor. La vida continúa, y con ella, nuestras capacidades de encontrar alegría, propósito y conexión se renuevan. Aceptar que «no es hora de comer arroz» no es resignarse a un futuro sin nuestros seres queridos, sino más bien entender que cada etapa de la vida requiere su propio espacio.

Al final, cada paso adelante nos abre puertas a nuevas vivencias y lecciones, enriqueciendo nuestra vida con la sabiduría y el amor de aquellos que, aunque ya no estén físicamente con nosotros, siguen vivos en nuestros corazones y memorias.